En los años 20, un virus sacudió el mundo, se extendió por todas las ciudades y pueblos, y para combatirlo nos tuvimos que quedar en nuestras casas. Parece sencillo, ¿no?… Pues aquello resultó difícil, pues con una vida tan acelerada que teníamos, nos costó pararnos y recordar lo que era hablarnos y querernos. Un día, limpiando la casa, encontré una muñeca de trapo en una vieja caja. La muñeca tenía un vestido viejo y las costuras maltrechas por el paso de los años. Pero me apiadé de ella y la rescaté. Cuando estaba totalmente arreglada, la pequeña marioneta comenzó a hablar y a contarme que había esperado años para encontrar a alguien que la quisiera. Hablé con ella toda la noche sobre unas y otras aventuras, y no quedó ahí la cosa, durante todo el tiempo que estuve en casa me hizo compañía y forjamos una gran amistad. Con el paso del tiempo, la muñeca pasó a formar parte de la familia hasta el día de hoy. Ahora te la entrego a ti, mi querida nieta, para que os cuidéis la una a la otra como ella me cuidó, y, recuerda, no esperes a que se pare el mundo para comenzar a apreciar a aquellos que están contigo.

Álvaro G. Temprano

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