Resulta que un bichito muy chiquito se paseaba con su virus por todos lados.

Primero entró en China, después en Italia hasta que llegó aquí.

Era tan audaz que llegaba sin permiso ni aviso y con mal genio, contagiando a todo el pueblo.

Así que tuvimos que encerrarnos en nuestras casas para que no nos encontrara.

Pero un primer problemilla apareció. Teníamos hambre y había que salir a comprar algo para comer y que él no nos atrapara. Así fue como el abuelo y yo creamos una armadura especial. Unos guantes y mascarillas, adornados con topitos de colores para protegernos de su malicia.

El primer día salió tu abuelo, porque cuanta menos gente hubiera en la calle, más despistado estaría este bichito. Compró el pan, papel higiénico, chocolate, macarrones y algo más. Llegó a casa rapidito y feliz por no ser visto. Otro día fui yo, y pasó lo mismo.

Pasaron quince días y notamos que nuestro invento resultaba muy eficaz.

Así que fabricamos para todos los vecinos del edificio, y como regalo se los dejamos en sus puertas con un mensaje que decía:

«Quédate en casa. Todo irá bien, porque aunque no lo veamos el sol siempre está».

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