Una tarde lluviosa del mes de abril de 2045, Andrea entró despavorida y llorando a su casa.

—¿Qué te ocurre, mi niña? —le preguntó su abuela.

—¡Oh!, abuela… No puedo soportar tanto dolor. Daniel me ha dejado, dice que se ha enamorado de otra chica.

—¡Ay, esta juventud…! ¡No llores por esa tontería! Anda, siéntate a mi lado que te voy a contar una historia que ocurrió en 2020…

—Vale, abuela…

—Cuando yo tenía 30 años, también tuve un novio y también me dejó. Estuve llorando por lo menos un mes. Desperdicié muchos días de mi vida alimentando ese tonto dolor. De repente, en marzo del 2020, la vida me dio una inmensa bofetada con la mano abierta, y entonces desperté de mi estado de apatía. Una pandemia mundial, llamada coronavirus, amenazó la calidad de vida de todas las personas del mundo. La humanidad estaba enfermando y todo se volvió caótico. Un día, mientras trabajaba en la farmacia, entró un muchacho a comprar mascarillas. Era panadero, y a pesar del miedo y de los riesgos, siguió trabajando cada día, para no dejar sin pan a la gente de su pueblo. Su historia me conmovió y le sonreí. Después él me sonrió a mí. Fue amor a primera vista. Y así fue como conocí a tu abuelo.

—Qué bonita historia, abuela. Me ha emocionado…

—Me alegro mucho, cariño. Confía en la vida, pues todo irá bien.

Sandra Rodríguez Jiménez

Sé el primero en escribir un comentario.

Deja un comentario