—Te contaré algo que ocurrió cuando tú aún no habías nacido, Pablo. Tu papá tenía tu edad. Era primavera y las flores empezaban a crecer. Un día tu papi, tu tía, tu abuelo y yo tuvimos que quedarnos en casa, sin poder salir a la calle.

—¿Por qué, abuela?  —preguntó el pequeño.

—Mira a la pared y te lo mostraré.

Pablo estaba muy atento, pues su abuela hacía sombras en el techo, y con ellas le contaba lo que ocurrió.

—Había un bicho llamado «Coro», no sabíamos si era grande o pequeño, de color verde o negro. Pero si te tocaba la boca, las manos o la nariz, te ponías malito y hacías «¡achís!». Para protegerse, había que esconderse dentro de casa y poner un arcoíris en la ventana y así «Coro» no entraba. Si salías al súper, había que taparse con careta y con guantes.

—Parece aburrido —decía Pablo.

—No nos aburríamos —decía la abuela—, todos los días a las ocho de la tarde aplaudíamos dando gracias a los médicos, y luego todos juntos poníamos canciones y bailábamos con los vecinos, hasta que la policía pasaba con sus sirenas. A tu padre le encantaba.

—¡Qué divertido! —decía Pablo.

—Y gracias a que todos nos quedamos en casa, «Coro» se fue, pues vio que no podía entrar en ellas. Pero lo más importante es que si las personas nos queremos, podemos ser más fuertes que un diminuto bicho.

Elisabeth Ordóñez

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