Quedamos con Ana Rossetti un sábado por la tarde en la cafetería del bullicioso Círculo de Bellas Artes de Madrid. Tardamos un poco en encontrarnos. «Ya os dije que esto estaría a tope» nos recuerda la poetisa. El ruido es un inconveniente para la grabación de la entrevista, así que nos movemos hasta los jardines del Edificio Zurich. Nos reciben las cabezas poliédricas de colores que hacen de mesa en la terraza del restaurante Fábula. Encontramos refugio dentro del local. No hay nadie más, salvo el camarero. Nos sentamos bajo unos farolillos que, colgando del techo, recorren el largo de la cristalera. El camarero nos trae los dos cafés y el Nestea y sale a la calle, quizá a fumar. Nos quedamos solos y comenzamos la entrevista.

¿Cuándo comenzaste a escribir poesía?

La verdad es que no lo sé. Desde chica he escrito mucho y bajo cualquier forma. La primera cosa que recuerdo haber escrito para mostrarlo fue una obra de teatro que se llamaba El milagro de la rosa. Tras escribirla, busqué a las niñas, busqué las ropas, les hice aprenderse el texto, pedí una sala, pusimos en marcha la función… Yo debería tener unos ocho años. Usé el velo de mi comunión para la representación, así que seguramente fue al año siguiente.¿Qué fue lo que te decidió a publicar?

Yo no pensaba en publicar. No estaba en ese ambiente y ni siquiera sabía que es lo que había que hacer. Pero sí había escrito obras de teatro y las había estrenado en los círculos de teatro independiente. Allí me sentía a gusto, pero no me consideraba ni escritora, ni dramaturga ni nada relacionado con las letras. Yo no estaba en el mundo literario, estaba en un submundo de marginalidad como era el de estos grupos de teatro. Pero siempre había escrito poemas. En general eran cartas para gente que yo conocía y con la que se había establecido  ese código de comunicación. Publicar esos poemas en forma de libro fue por unos motivos que no tenían nada que ver con ingresar en la “República de las Letras”

República de las Letras

He constatado que muchas mujeres hemos empezado a publicar por casualidad. O más bien, por una causa: porque de repente nos hemos quedado sin trabajo, o viudas, o en la miseria… Siempre es por una necesidad. La causa es siempre la necesidad, menos en el caso de Mary Shelley, que fue por un juego. Llama la atención, el que publicar no sea por publicar no sea el objetivo. Yo creía que esto era algo que me pasaba a mí de manera particular, pero cuando he visto se repite en otros muchos casos, creo que habría que ver qué opinión tenemos nosotras mismas sobre nuestra escritura. A veces descubres que tienes interiorizadas ciertas cosas y vives sin saberlo.

Cuando me llamaron para darme la Medalla de Andalucía creía que eran del programa Inocente, Inocente. No me creí que era verdad hasta que estuve allí recogiéndolo. Recientemente se han emitido en Andalucía un programa sobre los premiados y entonces comprobé que todas las mujeres habíamos recibido la notificación del premio convencidas de que, o que había habido una confusión o que era una broma. Lo mismo le pasó a María Zambrano cuando le dijeron que le habían concedido el premio Cervantes, ella  preguntó: « ¿Está usted seguro de que yo me lo merezco?» Esto que parecen anécdotas graciosas, no tienen nada de gracia. Hasta hace muy poco no fui consciente de nuestra falta de autoestima, porque eso es lo que es.

Fernando Arrabal

Por ejemplo, a Fernando Arrabal le llamaron de Inocente Inocente, como pregonero de un pueblo, supuesta cuna de un supuesto conquistador de una isla polinésica, y allí estuvo él ensalzando al héroe, pretendiendo que sabía quién era y recibiendo a los nativos de la isla que vinieron expresamente a agradecer sus palabras y a ofrecerle en matrimonio –o lo que fuera- a la hija del jefe. Y él, encantado. Y la gente, encantada de que se lo estuviera tragando todo, porque Arrabal no es tonto, es que los de Inocente, Inocente son geniales. Pero si eso se lo hubieran hecho creer a una mujer,  ya no se hablaría tanto de la genialidad de los guionistas, sino de que ella es imbécil. Como para extrañarse de nuestra falta de seguridad.

¿Qué fue lo que te decidió a publicar?

La verdad es que no lo sé. Desde chica he escrito mucho y bajo cualquier forma. La primera cosa que recuerdo haber escrito para mostrarlo fue una obra de teatro que se llamaba El milagro de la rosa. Tras escribirla, busqué a las niñas, busqué las ropas, les hice aprenderse el texto, pedí una sala, pusimos en marcha la función… Yo debería tener unos ocho años. Usé el velo de mi comunión para la representación, así que seguramente fue al año siguiente.¿Qué fue lo que te decidió a publicar?

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