Miles de historias asoman por mi mente. Personajes, anécdotas, dramas, chistes… Escribir siempre ha sido una pasión, un sueño, un placer, incluso una liberación. Comencé a escribir hace años como parte de un proceso de duelo. El dolor se convirtió en un motor para salir adelante y eso me dio el impulso necesario para dar el cambio de consciencia que tanto necesitaba y que la vida me estaba exigiendo sin yo saberlo. Ahora ya estaba en sintonía, ya había conectado conmigo misma. El baúl de la creatividad había estado durante años clausurado por mis pensamientos limitantes y destructivos que me decían: no eres capaz, no vales para ello, no eres suficiente, no podrás publicar un libro… 

Por supuesto, el exterior y la familia alimentaban esa creencia a la que yo tanto caso le hacía. Puse todo en pausa y reflexioné durante un tiempo más. ¿Quizás no es mi momento? ¿Quizás no valgo para esto? Años de formación y de experiencia, junto con ese toque de mi niñez que se resistía a abandonarme, decían lo contrario. Así que les escuché a estos pero con más atención. Seguí escribiendo pero esta vez desde otra perspectiva. Cuando mis hijos comenzaron a dar señales de no saber gestionar bien el drama familiar en el que se veían inmersos lo tuve claro: escribiré para ellos.

Creé un personaje para ayudarles con sus pensamientos, pues cuando entraban en el bucle de la frustración y la negación era una tarea muy difícil conseguir que salieran de ahí. Después vinieron situaciones del estilo: mis amigos se ríen de mí, dicen que aquí no encajo, me da vergüenza darte un abrazo porque los demás se burlarán de mi, no voy a ser capaz de aprender este examen, voy a suspender y un largo etcétera. Nuestros pequeños son un fiel reflejo de nuestros miedos y nuestras inseguridades. Fortaleciéndoles y ofreciéndoles alternativas para gestionar sus miedos, sus conflictos, conseguiremos que de mayores no necesiten ser reparados, es decir, les ahorraremos horas de terapia y numerosas experiencias ensayo-error si desde ya mismo aprenden lo más básico: el amor y el respeto empiezan por un mismo y hay que tratar a los demás como te gustaría ser tratado (empatía).

Cuando la gente me pregunta sobre qué escribo siempre respondo lo mismo: sobre el futuro. Y no me refiero a libros o novelas del año 3000, sino al futuro que nos depara educando a nuestros hijos, pues no se tiene consciencia del alcance e importancia de la frase “los niños son el futuro”. Escribo por y para los niños, no sólo para los míos, sino para todos. Las inseguridades que muestran mis pequeños son solo una parte del gran repertorio de carencias que, por desgracia, tienen los niños de hoy en día. Los padres no somos perfectos, lo hacemos lo mejor que sabemos o que podemos, y en ocasiones no podemos evitar repetir nuestros patrones heredados de nuestros padres, por eso hay que aceptar que en algunos aspectos necesitan y necesitamos ayuda.

Los cuentos son una herramienta estupenda para dotar, a esas mentes inquietas, de su propia capacidad de resolución de conflictos y de gestión emocional. En ningún momento sustituyen una buena terapia u orientación, o tiempo de estar con los padres y amigos, más bien lo complementan. Los libros infantiles ayudan a los niños a asimilar mejor situaciones que, por su corta edad y su inocencia, se les escapan a su control. La muerte de una mascota o de un ser querido, la separación de unos padres, enfermedades o problemas familiares… Pero también otros libros les sacan sus sonrisas y carcajadas, o su lado más tierno y amoroso…

De cualquier modo, escribir para los más pequeños no es solo un hobby ni un pasatiempo, es más bien toda una aventura de descubrimiento y conocimiento personal para el autor. Conectar con ellos y captar su atención no es tarea fácil. Encontrar un tema que les guste, crear unos personajes que sean de su agrado y emplear el lenguaje adecuado a cada edad… Para ello es imprescindible ir unos años atrás, escuchar a nuestro niño interior y hacerle algo de caso, cosa que a los adultos nos cuesta bastante.

Cada vez que cuento uno de mis cuentos en algún colegio o para un pequeño grupo de niños, me quedo con todas sus miradas de atención, sus sonrisas, sus palabras de agradecimiento y sus aplausos. Es muy gratificante sentir su cariño y su admiración. Saber que con ese corto espacio de tiempo has sembrado una pequeña semilla en sus mentes, has abierto una ventana en su corazón o les has hecho sentir especiales, porque todos lo son, pero muy pocos lo saben. -¿Y cuándo vas a escribir para los mayores?- me preguntan, a la vez incluso. Y yo les respondo: “¿cómo voy a escribir para los mayores si puedo hacerlo para vosotros, que sois diamantes en bruto? Yo para esos, que no entienden de nada y piensan que lo saben todo, no escribo ni pierdo el tiempo. Además, ellos ni siquiera me escuchan porque están muy preocupados con sus problemas de mayores.” Se ríen. Pero es cierto.

Adoro su inocencia, su carisma, su brillo, su luz, su ternura, su cariño, su gratitud, sus vocecitas, sus risas, incluso sus sugerencias y sus críticas desde la más absoluta sinceridad. Escribir para los más pequeños es toda una aventura, pero también una gran responsabilidad, y estoy encantada con ello. Por eso, elijo escribir para el público más exigente posible, pero que más feliz me hace: los niños.

Laura Baquedano.

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