Hace pocos días leía una noticia del Ministerio de Cultura en la que se comentaba que los libros eran el tercer regalo más deseado por los españoles en Navidad, pero, sin embargo, los más pequeños preferían juguetes o ropa en general.

Por mi parte, recuerdo mi infancia jugando, corriendo, siempre buscando nuevas aventuras…, pero, al caer la noche, no podía faltar un libro, primero en las manos de mis padres y más tarde en las mías.

No es que en mi casa abunden los grandes lectores, todo lo contrario. Siempre he visto a mis padres leer aquellas obras “obligatorias” para poder tener una mínima conversación de literatura. Su educación se ha basado en hacerme leer, sí, pero aquello que yo quisiera siempre y que disfrutara.

Actualmente los niños y niñas se pasan toda la mañana en el colegio leyendo y aprendiendo, y luego, al llegar a casa, no tienen más remedio que hacer los deberes y seguir leyendo sus enormes libros de texto. Seamos sinceros, a nadie le apetece llegar a casa después de una larga jornada y seguir haciendo su trabajo, no por algo se creó el refrán “en casa del herrero, cuchillo de palo”.

No podemos obligarles a leer, eso está claro, porque en el futuro conseguimos que relacionen la literatura como algo tedioso, aburrido… obligatorio.

Debemos intentar que la lectura sea una actividad divertida, un juego más para ellos donde desarrollar su imaginación de forma amena y familiar…

¿Por qué en lugar de ir al parque en el fin de semana no vamos a librerías? Dejemos que los niños se relacionen con los cuentos infantiles, los miren, los ojeen… los disfruten.

Creemos un juego nuevo para ellos desde la edad temprana, en el que a través de la pluma del autor o autora y, por supuesto, de las ilustraciones de su ilustrador, el infante pueda vivir, experimentar, derribar los límites de su imaginación.

Al fin y al cabo, cada libro es un mundo, y en cada mundo hay millones de niños deseando soñar y jugar.

Paz Mateo.

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