Jean Cocteau veía en el cine a la “décima musa“. Aquí le otorga un nombre: Magia (que es casi un anagrama de ”imagen”).

Érase una vez un rico naviero y sus cuatro hijos: Ludovic, muchacho travieso; dos urañas pretenciosas, Adelaide y Felicie; y la menor, encarnación de todas las bondades, Bella. Tienen por compañero a un atractivo joven algo vanidoso, Avenant. Una noche, el padre se pierde en un bosque profundo. Comete la imprudencia de robar una rosa que pertenece a la todopoderosa Bestia, monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de león, que vive recluido en su castillo. La Bestia exige el sacrificio de Bella como precio por su clemencia. Pero en lugar de la esperada desgracia, esta última descubre en el verdugo todo un tesoro de generosidad. Ella regresa a su casa elegantemente vestida. Celosas, sus hermanas empujarán a los varones a que obtengan algo para ellas. Avenant dejará allí la vida, y la Bestia únicamente la piel, pues la mirada de amor de Bella lo ha convertido en el príncipe encantado que era.

Un sueño diurno.

Tras “La sangre de un poeta” (1930), Jean Cocteau (1889-1963) abandonó el cine por el teatro y la poesía. En 1946, sin embargo, retomando a su intérprete favorito, Jean Marais, adaptó un cuento para niños, La Bella y la Bestia, sin abdicar en nada de su mitología personal. Él mismo se encargó de la puesta en escena. Contra todo lo esperado, ya que por entonces la moda era el realismo, fue un gran triunfo. El film ilustra la definición que dada Cocteau del cine: “un sueño diurno”. Con un mínimo de trucos, y empleando sin rodeos motivos de la fantasía clásica (el castillo, el bosque, los candelabros animados, un caballo mágico, el amor que construye el sortilegio, etc.), el cineasta logró crear un universo de pura magia. Un genial colaborador, Christian Bérard, lo ayudó a conformar esta “otra realidad “, donde la estética pictórica cumple con su papel. En esta suntuosa imaginería, el blasón del poeta encontró un estuche a su medida. Y si el “vuelo nupcial “ del final tiene algo de ambiguo, de descarnado, eso no nos preocupa. El “baño lustral de la infancia“ ha cubierto los arrecifes de fantasmas.

 

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